Esclavos De Amor de María

LA CONSAGRACIÓN A MARÍA COMPLETA NUESTRA OFERTA TOTAL A CRISTO EN UN SUPREMO ACTO DE SUMISIÓN

Queremos manifestar nuestro amor y agradecimiento a la Santísima Virgen a la par que obtener su ayuda imprescindible para prolongar la Encarnación en todas las cosas, haciendo un cuarto voto de esclavitud mariana1 según San Luis María de Montfort.

Este cuarto voto que hacemos, junto a los de castidad, pobreza y obediencia, implica una total entrega a María para servir mejor a Jesucristo. Por ello implica un doble aspecto:

Materna esclavitud de amor

Esta consagración a María es hecha como “materna esclavitud de amor”, según el modo admirablemente expuesto por San Luis María Grignion de Montfort. Tal esclavitud es llamada por él “esclavitud de voluntad” o “de amor”2, ya que libre y voluntariamente, sólo movida por el amor, hacemos ofrenda de todos nuestros bienes y de nosotros mismos a María, y por Ella a Jesucristo. Esto no es sino renovar, más plena y conscientemente, las promesas hechas en el Bautismo, en el cual fuimos revestidos de Cristo3, y en la profesión religiosa. Y, además, por esta esclavitud de amor se hace patente el dominio y la providencia maternal que tiene María sobre todas las cosas, pero especialmente sobre las almas fieles, según lo cual expresa San Buenaventu­ra: “Esclava de María Reina es cualquier alma fiel, incluso la Iglesia universal”4. Y afirma Juan Pablo II: “… la entrega a María tal como la presenta San Luis María Grignion de Montfort es el mejor medio de participar con provecho y eficacia de esta realidad para extraer de ella y compartir con los demás unas riquezas inefables… Veo en ello (la esclavitud de amor) una especie de paradoja de las que tanto abundan en los Evangelios, en las que las palabras ‘santa esclavitud’ pueden significar que nosotros no sabríamos explotar más a fondo nuestra libertad… Porque la libertad se mide con la medida del amor de que somos capaces”5.
Por esta esclavitud de amor, no sólo ofrecemos a Cristo por María nuestro cuerpo, nuestra alma y nuestros bienes exteriores, sino incluso nuestras buenas obras, pasadas, presentes y futuras, con todo su valor satisfactorio y meritorio, a fin de que Ella disponga de todo según su beneplácito6, seguros de que, por María, Madre del Verbo Encarnado, debemos ir a Él, y que Ella ha de formar “grandes santos”7.

Marianizar la vida

Fruto de consagración a la Santísima Virgen y consecuencia natural es el marianizar toda la vida. Para ello es preciso, en primer lugar, hacer todo por María, lo cual nos indica el medio, y tal es la fusión de intenciones. Nada hay que la Madre de Dios se reserve para sí, sino que en todo nos dice y enseña, como a los servidores de Caná, haced lo que Él os diga (Jn 2,5).

En segundo lugar, hay que hacer todo con María, en lo cual se expresa la compañía y el modelo que debe guiar “todas nuestras intenciones, acciones y operaciones”8, puesto que Ella es la obra maestra de Dios. Aquí, pues, se nos muestra lo que debemos imitar. Si el Apóstol decía Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo (1 Cor 11,1), ¡con cuánta mayor razón podrá afirmarse esto de la Virgen, en quien ha hecho maravillas el Todopoderoso, cuyo Nombre es santo!9. “Mientras que la Iglesia en la Santísima Virgen ya llegó a la perfección, por lo que se presenta sin mancha ni arruga, los fieles… levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda la comunidad de los elegidos como modelo de virtudes”10.

En tercer lugar, es necesario obrar en María, vale decir, en íntima unión con Ella, y con esto se muestra la permanencia y unidad que ha de darse entre el consagrado y la Madre de Dios. El que ama está en el amante: tal es la propiedad del amor ardiente, que tiende de suyo a una mutua compenetración, cada vez más profunda y más sólida. De este modo se imita al Verbo Encarnado, que quiso venir al mundo y habitar en el seno de María durante nueve meses, y se hace efectivo su mandato y donación póstuma: Dijo al discípulo: He aquí a tu Madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa (Jn 19,27).

Finalmente, es preciso hacer todo para María. La Santísima Virgen, subordinada siempre a Cristo según el designio eterno del Padre, debe ser el fin al cual se dirijan nuestros actos, el objeto que atraiga el corazón de cada consagrado y el motivo de los trabajos emprendidos. María es “el fin próximo, el centro misterioso y el medio fácil para ir a Cristo”11.

Todo fiel esclavo de Jesús en María debe, por tanto, invocarla, saludarla, pensar en Ella, hablar de Ella, honrarla, glorificarla, recomendarse a Ella, gozar y sufrir con Ella, trabajar, orar y descansar con Ella y, en fin, desear vivir siempre por Jesús y por María, con Jesús y con María, en Jesús y en María, para Jesús y para María.

1 Contituciones NN 17, 82-89.

2 Tratado de la Verdadera devoción a María Santísima de San Luis María, NN 70, 72.

3 Cf. Gal 3,27.

4 Speculum Beatae Mariae Virginis, lect. III, N 5.

5 Citado por André Frossard en No tengáis miedo, Ed. Plaza y Janes, Barcelona 1982, p. 131-132.

6 Cf. Tratado de la Verdadera devoción a María Santísima de San Luis María, NN 121-125.

7 Ibidem, N 47.

8 Cf. Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, N 46.

9 Cf. Lc 1,49.

10 Lumen Gentium, N 65.

11 Tratado de la Verdadera devoción a María Santísima de San Luis María, N 265.

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